El zumbido grave de una vibración, acompaña al bombo en una música
que comienza a sonar. Mientras unas palmadas, agudas y difuminadas, acompañan
su martilleo, su repetitivo ritmo, envuelve las paredes del baño; abriéndose
paso entre el espeso calor generado por un calefactor.
Las ondas musicales me envuelven en un hipnótico canto, que sin
apreciarlo, me hace volar a un mundo sólo existente en mi imaginario. Mientras
me voy quitando la ropa, mi mente vuela, transportada por la música, a un
estado de ligereza y tranquilidad, donde el sufrimiento y el dolor, la tristeza
y el sinsabor; desaparecen, como sombras ante el sol.
Cierro la mampara de la ducha, mientras contemplo cómo al
cerrarla, desaparece ante mí, el salvapantallas del portátil, que cansado de
esperar la actividad de mis dedos sobre su superficie, comienza a generar
figuras aleatorias.
Mientras el agua templada empapa mi cuerpo salado por el sudor;
permanece en mi retina la última figura que generaba el salvapantallas. El
remolino infinito, que revoloteaba por la pantalla segundos antes, se muestra ahora en mi sueño, hipnótico, con un magnetismo que completa ahora el hechizo, que el sugestivo martilleo de la música inició breves minutos antes.
De repente me encuentro en una sala de fiesta, donde suena el tema
de Paul van Dyk. Llega el momento en que el progresivo martilleo cesa,
arrodillado ante el cambio en la vibración, que evoluciona hacia una melodía
cautivadora, como salida de un canto de sirenas; que te transporta a otro
estado, más relajante y embriagador.
Mi cuerpo comienza a saltar, de una manera suave, casi
imperceptible; mientras que mis brazos, casi levantados y flexionados,
acompañan el movimiento; sincronizándose con la leve agitación que se genera en
mi cuerpo.
Una portentosa energía, comienza a despertarse en mi adentro, casi tan reconstituyente, como poderosa.
Poco a poco me introduzco en un sueño, donde aparecen unas sombras que no bailan, ondulan..., se mecen acompañando al sonido. Sin rastro de vergüenza o temor, comienzan a salir de la oscuridad, tomando
forma en adolescentes sudorosos, que a pesar del estado de embelesamiento en el
que se encuentran, poco a poco van tomando conciencia de mi presencia. Aunque
la música es constante y progresiva, y te embriaga hasta la pérdida de lucidez,
algunos comienzan a mirarme con cierta divertida extrañeza.
Tras un día, totalmente cubierto por espesas nubes negras, un
claro deja ver el sol, los rayos del cual, comienzan a entrar de manera
horizontal por las ventanas.
Como agotado, nuestro astro rey va perdiendo vigor
y luminosidad, a medida que se va acercando a su refugio tras las montañas. Es,
por mostrarse sólo durante unos instantes cada tarde, una luz especial. Con un
tono anaranjado, el sol me va mostrando los rostros antes sombras, que emergen
ante la poniente estrella. Es tiempo de magia y misterio, momento sugestivo y seductor, que da paso a la eterna noche.
Completamente sedados, acudimos todos atraídos ante las ventanas, para contemplar el ocaso del sol, el fin de la infinita luz, el comienzo del mundo de las
sombras que da paso a la oscuridad. Momento de frío, comienzo de inseguridad, sentimiento lógico en nosotros, debido a la pobre adaptación que el ser humano ha desarrollado en su evolución, ante el frío y la escasez de iluminación.
Ya naranja, y sin fuerza para molestar a nuestras
retinas, cae el sol tras las montañas, como cansado, como perezoso. Pero aunque parece agotado, la noche aun no puede con él. Un último
coletazo inunda de color el horizonte tras las montañas. Emulando un arco iris,
los últimos rayos de sol dan paso a la noche, con un despliegue de color pocas
veces visto.